Siempre estarás en la Fundación
Fue en el verano de 2015 cuando la conocí.
Tenía referencias de ella, como profesional, como pediatra y neuropediatra.
Mujer menuda, de ojos vivos, siempre sonriendo, de voz queda, mesurada y armónica; no rehuye la mirada, parece tímida pero no lo es; es una educaciòn exquisita la que hace que lo parezca, igual que la permanente sonrisa, busca la armonía y no le gustan las situaciones tensas; pero tiene carácter. Mujer apasionada, y aunque la “pasión” es la pérdida de la razón y autocontrol; en este caso no lo es; pero era apasionada. De saber, de estudiar, de trabajar, de su profesión, de los niños. De su familia y sus amigos. De profundas convicciones religiosas, ayudaba por la satisfacción de ayudar sin pedir nada a cambio. Leal, generosa y de bondad infinita.
Fue su humildad lo que me capturó de ella, además de otros cientos de razones. Pero esa humildad, honesta, sincera y profunda te marca cuando la vas conociendo. Analítica, como mujer de ciencia, escucha, sabía escuchar y te daba su opinión, desde el respeto y la tolerancia.
Su lugar de trabajo era una consulta pequeña. Ella era menuda pero su presencia lo ocupaba todo. Su saber y sabiduría salían e iban más allá de su pequeña consulta, no porque la consulta fuese pequeña, que lo era. Sino por su grandeza. Su fama la precedía, aunque no se sentía cómoda, pero lo sabía y la satisfacía; no por ser conocida sino por la bondad de su trabajo. Para ella era un. “… lo estoy haciendo bien…”. La conocen porque era y es una de las mejores. Parecía un ratoncillo de biblioteca, siempre estudiando y trabajando. Iba muy -demasiado- justa de tiempo, no llegaba tarde pero casi. Muchos sábados se encerraba en su pequeña consulta a redactar los informes de los niños que había visto en la semana, nadie lo sabía, hacía su trabajo y punto. Me enteré un día de pura casualidad.
Yo iba acompañado de uno de esos niños, enseguida se lo ganó, le enseñó piezas de puzzles, figuras de madera, pequeños juguetes y jugaba con él. Bueno, hacía que el niño jugará con todo aquello, ella -sin prisa, jamás mira el reloj- miraba, de forma analítica, lo que el niño hacía. Tomaba notas y si algo no salía bien, se lo hacía repetir y el niño lo hacía sin oponer resistencia. Con unas palabras y dos miradas se los ganaba.
No sé si tiene que ver que llevase 37 años en esto del estudio del neurodesarrollo infantil, o ya nació con esa virtud. Porque ganarte la colaboración de un niño con trastornos en su desarrollo no es tarea fácil, ni muchísimo menos.
Ella sabía de mí, de mi lucha y trabajo por mejorar la atención a esos pequeños y los recursos que se destinaban para ellos, demasiado pocos; para unas necesidades, demasiado grandes.
Desde entonces no perdimos el contacto, nunca, hablábamos, si no día a día, sí semana a semana y cada vez que era necesario. Jamás un reparo, una mala cara o un mal gesto.
Un día, -años después- le propuse ser miembro del Patronato de la Fundación que tenía pensado fundar y de su Comité Científico. Ya ella confiaba en mí, sabía de mi forma de ser, recto proceder y honestidad.
No lo dudó, sabía que sería bueno para los niños y eran su debilidad y su razón de ser y existir.
Por eso, cuando leí, …
“Así, la neuropediatra del centro hospitalario sevillano contribuirá con su dilatada experiencia asistencial a perfilar una Estrategia que tiene la finalidad de mejorar la salud y el bienestar de la infancia andaluza. “
… me alegré, inmensamente, no tanto por ella, sino por los niños y adolescentes andaluces.
Por ella, por supuesto porque era un nuevo reconocimiento a su valor. Era Premio Reina Sofía, aunque ella nunca la decía. Me daba igual, cada vez que tenía oportunidad lo decía yo.
No tanto, porque no sé de donde va a sacar el tiempo, porque -además- profesora de la Universidad, de Máster y un sinfín de cosas más, su CV tiene unas cincuenta hojas, parece no tener fin.
Puedo decir que todos nos sentimos orgullosos de que ella pertenezca al Patronato de la Fundación AK Antonio Guerrero y a su Comité Científico.
Siempre estarás ahí, jamás te sacaremos.
Para Katy y para mí estás en el lugar más cálido de nuestros corazones, en ese lugar mágico donde aún se recuerdan los sueños. Desde ahí podremos hablar contigo.
Demostraste que no hace falta tener alas para ser un ángel.
Otros caminaron, pero tú dejaste huellas.
Antonio Guerrero. Presidente de la Fundación. 670 86 36 86
Mi más sincera enhorabuena